¿La ciencia o Dios?






Leia esta madrugada en un periódico nacional un artículo con esta hermosa interrogante referente al caso del pastor protestante Gerald Glenn y su arriesgada afirmación que Dios era más fuerte que el coronavirus y más allá de la discusión sobre los protocolos sanitarios que han adoptados las diferentes confesiones religiosas para hacer frente al virus como optar por suspender el culto (terreno en el que no entrare ) me llamaba la atención la necesidad o mejor dicho el vicio que tenemos que intentar confrontar a Dios y la ciencia como que fueran dos rivales eternos que para adoptar a uno hay que rechazar al otro. 

Durante siglos el vulgo ha querido confrontar acérrimamente la FE de la Razón creando una esfera más folclórica al respecto que real, pues los hombres que han querido separar a Dios del conocimiento han sido personas faltas de fe, o mejor dicho poco expertas en el arte del conocimiento de Dios, Pannikar dice que La fe es “un constitutivo existencial del hombre”; es una apertura existencial a la trascendencia, una relación ontológica con el Absoluto. Todo ser humano, por el hecho de serlo, tiene fe, cultivada o no, consciente o inconsciente. La fe no es privilegio de algunos, o una “especialidad” de ciertos grupos determinados; no es “un lujo”, sino “una dimensión antropológica 

Tras un largo periodo de desconfianza debido al origen pagano de la ciencia, a partir de san Agustín la Iglesia acaba por adoptar la ciencia como rama auxiliar de la teología, asumiendo esta, de hecho, una cosmovisión y una razón de ser impuesta por los teólogos. Las tentativas medievales de construir una ciencia independiente no sobreviven a los censores y los grandes visionarios de los siglos XV y XVI, tolerados en algún momento, son víctimas de la reacción postridentina. Sólo las matemáticas, por su carácter de pensamiento abstracto, continúan su camino al margen de todo esto, hasta que finalmente también les tocó su turno, pues en ellas se apoyaron Copérnico y la ciencia mecanicista para decir que la Tierra gira sobre sí misma. 
La actitud de la Iglesia hacia la ciencia sigue siendo aún hoy objeto de numerosas controversias. Desde san Pablo, entre las dos vías de acceso a la verdad –la revelación y la ciencia–, la síntesis de ambas se ha intentado en alguna ocasión, pero sin llegar a realizarse nunca. 
En el siglo XVII, nació la ciencia moderna como tal. Galileo, su principal iniciador, reivindicó la autonomía de la ciencia para descifrar el libro de la naturaleza. Su condena, en 1633, por el tribunal del Santo Oficio es el punto de partida del gran malentendido entre la Iglesia y la ciencia. El fantasma de Galileo va a habitar la conciencia católica durante tres siglos y medio: hasta 1982 Juan Pablo II no expresó el arrepentimiento de la Iglesia a propósito de este asunto. 
Tres siglos y medio durante los cuales la Iglesia ha ido perdiendo poco a poco todo control sobre la evolución de las ciencias, al rechazar adaptarse a las nuevas teorías. Después de haber censurado los movimientos de la Tierra, condenó la física mecanicista de Descartes, el atomismo, el darwinismo, los primeros resultados de la Geología y de la Prehistoria, que contradecían la cronología bíblica. La condena de la modernidad, en 1907, marcó el apogeo de su inmovilismo. 
A principios del siglo XX, el debate se reinició tímidamente. Pío XII afirmó su simpatía hacia los hombres de ciencia. Pero los obstáculos subsistían, sobre todo a propósito del origen del hombre. Los métodos no han desaparecido, como ilustra el caso Teilhard de Chardin o las críticas relacionadas con los progresos de la genética o con la inseminación artificial. 
Una crítica aguda y extremadamente erudita, con vocación de constituirse en referencia sobre tan polémico tema. 
Llegado al punto de unión de Dios y la Ciencia, un hombre de Dios es estrictamente un hombre de ciencia, porque el encuentro con Dios es el encuentro con la verdad, las nupcias con la sabiduría, un verdadero creyente no puede creer sin razón ni argumentos (y es inadmisible que lo haga) la respuesta de yo creo como Don de Dios carece de sentido lógico y espiritual porque el Don de Dios desarrolla en el hombre la sed de verdad, el gran Teilhard de Chardin es el primero en poner las bases del transhumanismo moderno, Teilhard combina sus estudios de registros fósiles con la Fe y el dogma para elaborar una teoría general de la evolución. 

El mismo Galileo es un hombre de ciencia por ser hombre de fe, a pesar de que En 1616 se acusaba a Galileo de sostener el sistema heliocéntrico propuesto en la antigüedad por los pitagóricos y en la época moderna por Copérnico: afirmaba que la Tierra no está quieta en el centro del mundo, como generalmente se creía, sino que gira sobre sí misma y alrededor del Sol, lo mismo que otros planetas del Sistema Solar. Esto parecía ir contra textos de la Biblia donde se dice que la Tierra está quiera y el Sol se mueve, de acuerdo con la experiencia; además, la Tradición de la Iglesia así había interpretado la Biblia durante siglos, y el Concilio de Trento había insistido en que los católicos no debían admitir interpretaciones de la Biblia que se aparten de las interpretaciones unánimes de los Santos Padres. 
Los hechos de 1616 acabaron con dos actos extra-judiciales. Por una parte, se publicó un decreto de la Congregación del Índice, fechado el 5 de marzo de 1616, por el que se incluyeron en el Índice de libros prohibidos tres libros: Acerca de las revoluciones del canónigo polaco Nicolás Copérnico, publicado en 1543, donde se exponía la teoría heliocéntrica de modo científico; un comentario del agustino español Diego de Zúñiga, publicado en Toledo en 1584 y en Roma en 1591, donde se interpretaba algún pasaje de la Biblia de acuerdo con el copernicanismo; y un opúsculo del carmelita italiano Paolo Foscarini, publicado en 1615, donde se defendía que el sistema de Copérnico no está en contra de la Sagrada Escritura. Quedaba afectado por las mismas censuras cualquier otro libro que enseñara las mismas doctrinas. El motivo que se daba en el decreto para esas censuras era que la doctrina que defiende que la Tierra se mueve y el Sol está en reposo es falsa y completamente contraria a la Sagrada Escritura. Por otra parte, se amonestó personalmente a Galileo, para que abandonara la teoría heliocéntrica y se abstuviera de defenderla. 
El opúsculo de Foscarini fue prohibido absolutamente. En cambio, los libros de Copérnico y de Zúñiga solamente fueron suspendidos hasta que se corrigieran algunos pasajes. En el caso de Zúñiga, lo que debería modificarse era muy breve. En el caso de Copérnico se trataba de diversos pasajes donde había que explicar que el heliocentrismo no era una teoría verdadera, sino sólo un artificio útil para los cálculos astronómicos. De hecho, esas correcciones se prepararon y se aprobaron al cabo de cuatro años, en 1620. 
Nos podemos preguntar por qué se daba tanta importancia a algo que, hoy día, parece sencillo: cuando la Biblia habla de cuestiones científicas, con frecuencia adopta el modo de hablar propio de la cultura, de la época o simplemente de la experiencia ordinaria. De hecho, éste fue uno de los argumentos que utilizó Galileo en su Carta a Benedetto Castelli, que circuló en copias a mano (Castelli era un benedictino, amigo y discípulo de Galileo, profesor de matemáticas en la Universidad de Pisa), y con mayor extensión en su Carta a la Gran Duquesa de Toscana, Cristina de Lorena (madre de quien en aquellos momentos era Gran Duque de Toscana, Cosme II), a quien habían llegado ecos de las acusaciones bíblicas contra Galileo. 
Para comprender el trasfondo del asunto hay que mencionar tres problemas. En primer lugar, Galileo se había hecho célebre con sus descubrimientos astronómicos de 1609-1610. Utilizando el telescopio que él mismo contribuyó de modo decisivo a perfeccionar, descubrió que la Luna posee irregularidades como la Tierra, que alrededor de Júpiter giran cuatro satélites, que Venus presenta fases como la Luna, que en la superficie del Sol existen manchas que cambian de lugar, y que existen muchas más estrellas de las que se ven a simple vista. Galileo se basó en estos descubrimientos para criticar la física aristotélica y apoyar el heliocentrismo copernicano. Los profesores aristotélicos, que eran muchos y poderosos, sentían que los argumentos de Galileo contradecían su ciencia, y a veces quedaban en ridículo. Estos profesores atacaron seriamente a Galileo y, cuando se les acababan las respuestas, algunos recurrieron a los argumentos teológicos (la pretendida contradicción entre Copérnico y la Biblia). 
En segundo lugar, la Iglesia católica era en aquellos momentos especialmente sensible ante quienes interpretaban por su cuenta la Biblia, apartándose de la Tradición, porque el enfrentamiento con el protestantismo era muy fuerte. Galileo se defendió de quienes decían que el heliocentrismo era contrario a la Biblia explicando por qué no lo era, pero al hacer esto se ponía a hacer de teólogo, lo cual era considerado entonces como algo peligroso, sobre todo cuando, como en este caso, uno se apartaba de las interpretaciones tradicionales. Galileo argumentó bastante bien como teólogo, subrayando que la Biblia no pretende enseñarnos ciencia y se acomoda a los conocimientos de cada momento, e incluso mostró que en la Tradición de la Iglesia se encontraban precedentes que permitían utilizar argumentos como los que él proponía. Pero, en una época de fuertes polémicas teológicas entre católicos y protestantes, estaba muy mal visto que un profano pretendiera dar lecciones a los teólogos, proponiendo además novedades un tanto extrañas. 
En tercer lugar, la cosmovisión tradicional, que colocaba a la Tierra en el centro del mundo, parecía estar de acuerdo con la experiencia ordinaria: vemos que se mueven el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas; en cambio, si la Tierra se moviera, deberían suceder cosas que no suceden: proyectiles tirados hacia arriba caerían atrás, no se sabe cómo estarían las nubes unidas a la Tierra sin quedarse también atrás, se debería notar un movimiento tan rápido. Además, esa cosmovisión tradicional parecía mucho más coherente con la perspectiva cristiana de un mundo creado en vistas al hombre, y también con la Encarnación y la Redención de la humanidad a través de Jesucristo; de hecho, entre quienes habían aceptado las ideas de Copérnico se contaba Giordano Bruno, quien defendió que existen muchos mundos habitados y acabó sosteniendo doctrinas más o menos heréticas (Bruno fue quemado, como consecuencia de su condena por la Inquisición romana, en 1600, aunque debe señalarse, no como disculpa sino para mayor claridad, que no era propiamente un científico, aunque utilizara el copernicanismo como punto de partida). 
Los sucesos de 1616 culminaron en un decreto de la Congregación del Índice, fechado el 5 de marzo de 1616, por el que se prohibieron los libros mencionados, con los matices ya señalados. El decreto se publicó en nombre de la Congregación, y está firmado por el cardenal prefecto y por el secretario de la Congregación, no por el Papa. Desde luego, un acto de ese tipo se hacía con el mandato o aprobación del Papa y, de algún modo, comprometía la autoridad del Papa, pero de ninguna manera puede ser considerado como un acto en el que se pone en juego la infalibilidad del Papa: por una parte, porque ni está firmado por el Papa y ni siquiera se le menciona; por otra, porque se trata de un acto de gobierno de una Congregación, no de un acto de magisterio; y además, porque no pretende definir una doctrina de modo definitivo. Eso se sabía perfectamente entonces, igual que ahora; como prueba de ella se puede mencionar una carta de Benedetto Castelli a Galileo, escrita el 2 de octubre de 1632, cuando ya se había ordenado a Galileo que compareciera ante la Inquisición de Roma. Castelli ha hablado con el Padre Comisario del Santo Oficio, Vincenzo Maculano, y ha defendido la ortodoxia de la posición de Copérnico y de Galileo, añadiendo que varias veces ha hablado de todo ello con teólogos piadosos y muy inteligentes, y no han visto ninguna dificultad; añade que el mismo Maculano le ha dicho que está de acuerdo y que, en su opinión, la cuestión no debería zanjarse recurriendo a la Sagrada Escritura. Es fácil advertir que estas opiniones, tratadas en el mismo Comisario del Santo Oficio, no tendrían sentido si el decreto del Índice de 1616 pudiera ser interpretado como teniendo un alcance de magisterio infalible o definitivo. 
En las deliberaciones de la Santa Sede, previas al decreto, se pidió la opinión a once consultores del Santo Oficio, quienes dictaminaron, el 24 de febrero de 1616, que decir que el Sol está inmóvil en el centro del mundo es absurdo en filosofía y además formalmente herético, porque contradice muchos lugares de la Escritura tal como los exponen los Santos Padres y los teólogos, y decir que la Tierra se mueve es también absurdo en filosofía y al menos erróneo en la fe. Con frecuencia se toma esta opinión de los teólogos consultores como si fuera el dictamen de la autoridad de la Iglesia, pero no lo es: fue sólo la opinión de esas personas. El único acto público de la autoridad de la Iglesia fue el decreto de la Congregación del Índice, y en ese decreto no se dice que la doctrina heliocentrista sea herética: se dice que es falsa y que se opone a la Sagrada Escritura. El matiz es importante, y cualquier entendido en teología lo sabía entonces y lo sabe ahora. Nadie consideró entonces, ni debería considerar ahora, que se condenó el heliocentrismo como herejía, porque no es cierto. Esto explica que Galileo y otras personas igualmente católicas continuaran aceptando el heliocentrismo; Galileo sabía (y era cierto) que él había mostrado, en sus cartas a Castelli y a Cristina de Lorena, que el heliocentrismo se podía compaginar con la Sagrada Escritura, utilizando además principios que no eran nuevos, sino que tenían apoyo en la Tradición de la Iglesia. 
La decisión de la autoridad de la Iglesia en 1616 fue equivocada, aunque no calificó al heliocentrismo como herejía. Galileo y sus amigos eclesiásticos se propusieron conseguir que ese decreto fuera revocado. Podían haberlo conseguido: se trataba de un decreto disciplinar que, aunque iba acompañado por una valoración doctrinal, no condenaba el heliocentrismo como herejía, ni era un acto de magisterio infalible. 
Otro aspecto importante a tener en cuenta es que, aunque las críticas de Galileo a la posición tradicional estaban fundadas, ni él ni nadie poseían en aquellos momentos argumentos para demostrar que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Esta afirmación parecía, más bien, absurda, tal como la calificaron los teólogos del Santo Oficio. En una famosa carta, el cardenal Roberto Belarmino, uno de los teólogos más influyentes entonces, pedía tanto a Foscarini como a Galileo que utilizaran el heliocentrismo sólo como una hipótesis astronómica, sin pretender que fuera verdadera ni meterse en argumentos teológicos, en cuyo caso no habría ningún problema. Pero Galileo, para defenderse de acusaciones personales y para intentar que la Iglesia no interviniera en el asunto, se lanzó a una defensa fuerte del copernicanismo, trasladándose a Roma e intentando influir en las personalidades eclesiásticas; esto quizá tuvo el efecto contrario, provocando que la autoridad de la Iglesia interviniera para frenar la propaganda de Galileo que, al menos en sus críticas, era bastante convincente. 
Además del decreto de la Congregación del Índice, las autoridades eclesiásticas tomaron otra decisión que afectaba personalmente a Galileo y que influyó decisivamente en su proceso, 17 años más tarde. En concreto, por orden del Papa (Pablo V), el cardenal Belarmino citó a Galileo (que se encontraba entonces en Roma, dedicado a la propaganda del copernicanismo) y, en la residencia del cardenal, el 26 de febrero de 1616, le amonestó a abandonar la teoría copernicana. El Papa había mandado que Belarmino hiciera esta amonestación, añadiendo que, si Galileo no quería abandonar la teoría, el Comisario del Santo Oficio, delante de notario y testigos, le ordenara que no enseñara, defendiera ni tratara esa doctrina, y que, si se negase a esto, se le encarcelase. 
Galileo muere el 8 de enero 19642 en su casa de Florencia, asistido por su secretario el padre Settimii (Escolapio) enviado por su amigo el P. José de Calasanz, San José  de Calasanz mantuvo con el sabio gran amistad y admiración, y que tradujo en el apoyo que le brindó con sus religiosos de Florencia, precisamente en tiempos de retraimiento y de dolor del gran científico, animándolos para que sacaran todo el provecho posible a sus enseñanzas (y las de Tomás Campanella, con quien también mantuvo gran amistad) para elevar el nivel científico de los escolapios. Esto denota la gran apertura de espíritu del santo, que con esa actitud corría peligro de ser denunciado ante el Santo Oficio. 

Valdría la pena también recordar al P. Giovan Domenico Campanella, que además de haber escrito una defensa de Galileo y el tratado utopico de la ciudad del sol, Inicialmente, se inspiró en Bernardino Telesio (1509-1588), aunque más tarde diferenció su pensamiento. Telesio pretendió estudiar la naturaleza a partir de sus propios principios, que para él se reducían a la acción del calor y el frío sobre lo corpóreo, alejándose de esta forma tanto de Aristóteles como de la magia. Telesio afirmaba la autonomía de la naturaleza y, en consecuencia, la necesidad de estudiarla de modo independiente a la metafísica a partir de la información que suministra la experiencia sensible. Se observa en el pensamiento de Telesio, algún componente animista inspirado en los presocráticos. Campanella, a diferencia de Telesio, se acerca algo más a la magia y al animismo. Su teoría del conocimiento afirma que todo conocimiento deriva de la sensibilidad y a ella se reduce. Entonces, el conocimiento sensorial proporciona certeza absoluta y por lo tanto no requiere pruebas de ninguna clase. El escepticismo no tiene sentido porque hay una facultad innata en el alma que nos asegura principios indudables, el primero de los cuales es que existimos, pensamos, queremos y podemos. Este conocimiento de sí mismo está presupuesto en cualquier conocimiento de las cosas exteriores. Nos conocemos, ante todo, a nosotros mismos, y sólo conocemos las cosas exteriores en cuanto nos conocemos modificados o impresionados por ellas; Campanella extiende esta conciencia a todos los seres. 
Fue un comunista utópico. Se manifestó contra la escolástica y combinaba las ideas del sensualismo y el deísmo con concepciones místico-religiosas. Fue perseguido por la Inquisición debido a su libertad de pensamiento. Soñaba con una humanidad libre y próspera, más confiaba en que su sueño podría tornarse en realidad con la ayuda del Papado. Fundamentó su ideal comunista en el mandato de la razón y en las leyes de la naturaleza. Imaginó una sociedad comunista tanto en lo referente al régimen de la propiedad como en la pertenencia de mujeres e hijos. Poco tiempo después de salir de la cárcel volvió a ser perseguido y tuvo que buscar refugio en Francia. Muchas de sus propuestas filosóficas fueron semejantes a las adoptadas después por René Descartes y por Immanuel Kant. Su doctrina filosófica admite la impotencia del conocimiento sensible para conocer la realidad exterior, pero admite la importancia del conocimiento interno para experimentarse tal y como uno es. Al modo de San Agustín, la existencia de Dios se deduce de la existencia de su idea en el hombre, que por su perfección no puede ser un producto nuestro. En su Civitas Solis describió una utopía en la que la Iglesia Católica domina todos los órdenes de la vida, ideas que aplicó en su libro La Monarquía Hispánica respecto al imperio realmente existente entonces, España. 

Podría seguir mencionando casos de hombres de fe ilustres tocados por Dios en el sentido más profundo del hombre que es la búsqueda de la verdad, pero todo esto lo resumo en aquellas palabras de Juan (Dios es amor, y el que vive en amor vive en Dios y Dios en él.) si Dios vive en el hombre, vive en sus aciertos, en sus búsquedas, en lo profundo y misterioso de la mente humana, una fe sana conlleva una búsqueda real, dejemos de vivir en el relativismo de la fe del carbonero que nos encierra en la comodidad de estampas piadosas y oraciones vocales, la ciencia y Dios no son polos opuestos, son pilares de la revelación y hemos de estar dispuestos a dejarnos absorber por ambas para llegar a la plenitud de la divinidad del hombre.  
  

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